Durante la segunda guerra mundial los cañones antiaéreos se utilizaron en gran escala para la protección tanto de objetivos estratégicos fijos como de puertos, aeródromos, fábricas y otros centros clave. En el lado aliado, la defensa antiaérea a baja cota era proporcionada por cañones de 20 y 40 mm, mientras que la de alta cota era suministrada por piezas de 94 mm británicas y de 90 mm estadounidenses. En el transcurso de la guerra los aliados introdujeron sistemas de dirección de tiro por radar y espoletas de proximidad para aumentar el grado de eficacia de estas armas contra objetivos como las bombas volantes V-l. Los alemanes se encontraron frente a problemas incluso más senos cuando los bombarderos aliados comenzaron a volar cada vez más alto con objeto de reducir el número de las armas susceptibles de ser empleadas contra ellos. A partir de 1944, los alemanes se dedicaron intensamente al diseño de misiles superficie-aire, pero al finalizar el conflicto ninguno de ellos había entrado todavía en estado operativo. Gran parte del desarrollo posterior de los mismos se llevaría a cabo en EE UU y la URSS.
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