El conflicto de las islas Malvinas de 1982 ha demostrado que, todavía hoy, como sucedió durante la segunda guerra mundial en el Pacífíco y en Europa, la fuerza de combate anfibia representa uno de los elementos más efícaces para proyectarla propia potencia en una dimensión estratégica. Naves idóneas para la guerra anfibia existían ya antes de Cristo: los romanos, por ejemplo, emplearon unidades de este tipo para llevar a cabo incursiones a través del canal de la Mancha en el siglo I a.C. Desde entonces el arte de la guerra anfibia y la correspondiente táctica de empleo de hombres y medios han sufrido una continua revisión con perfeccionamientos sucesivos hasta la segunda guerra mundial, que representa el ápice de su evolución. En el decurso de este conflicto, y en particular en la campaña del Pacífico, caracterizada por el «salto de las islas», Estados Unidos fabricaron naves y aparatos de desembarco con una programación puesta constantemente al día; la guerra, en su conjunto, demostró la validez de las operaciones anfibias de alcance estratégico, como las que se llevaron a cabo en Normandía el «día D» de junio de 1944. Después de la guerra, las enseñanzas extraídas de las anteriores operaciones se aplicaron en 1950 en el desembarco de Incheon, durante la guerra de Corea, y en el anglo-francés de Suez en 1956.
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